miércoles, 3 de junio de 2009

Jorge Chávez, los hermanos Wright y Confucio


Me lo contaron y lo olvidé

Lo vi y lo entendí
Lo hice y lo aprendí
Confucio

Los hermanos Wright

Partiendo de las sencillas tecnologías que aprendieron a dominar en su provinciano taller de bicicletas, de la sistemática observación del vuelo de las aves y de innumerables experimentos, los hermanos Wright diseñaron una enorme cometa, a la que añadieron un motor construido por ellos mismos, y en 1903 lograron la ansiada conquista del milenario sueño de volar.
De paso, contribuyeron a definir de qué se iba a tratar en gran parte el siglo XX.

Uno puede toparse con una réplica del primer artefacto producido por el ingenio humano capaz de volar (sin ser un globo) en Museos de Ciencia, Tecnología e Industrias como el de Chicago,

en Museos Aeroespaciales como el Smithsoniano de Washington D.C.

o el de Santiago de Chile,

y en el Aeropuerto de Dayton (Ohio), de donde los Wright eran originarios.

La intriga que suscita el encuentro con un objeto tan radical es el componente más esencial de la experiencia: desconcertada, nuestra inteligencia se siente retada a comprender cómo es que este conjunto de palos, cables y tela permitieron resolver el acertijo que a tantos antes les costó la vida.
Nuestra mirada descubre lo que le da sentido a ese conjunto de humildes elementos: la forma que tiene cada uno, y el modo en que están organizados.
Y hemos comenzado a re-descubrir cómo construir un artefacto capaz de volar.

Podemos confirmar qué tan acertada resultó ser esa imagen mental en los diagramas incluidos en alguno de los libros que ofrece la infaltable tienda de regalos del museo en el que enfrentamos la portentosa presencia de la versión más primitiva del aeroplano:

al nombrar cada pieza, su función dentro del conjunto es explicitada.

La tienda de regalos del museo nos ofrece también la oportunidad de llevar a casa un modelo a escala del legendario Flyer por unos veinte dólares.

Como bien dice el comercial, la experiencia que hace posible este juguete no tiene precio: al sacar de su linda caja unas pocas piezas de madera balsa y un planito, nos hemos metido en el túnel del tiempo, hemos viajado a 1903 y, al lado de nuestros maestros y socios Orville y Wilbur, estamos construyendo, paso a paso, cuaderna por cuaderna, el primer avión de la historia.

Y con un simulador podemos despegar el Flyer de los hermanos Wright del Aeropuerto Jorge Chávez o el Rodríguez Ballón de Arequipa para aprender a volarlo sin poner en riesgo nuestra integridad física y casi sin gastar dinero.

En otro estante de la tienda, Orville y Wilbur nos guiñan el ojo desde la cubierta de una historieta, de videocassettes con un documental o un dibujo animado.

Si lo añadimos a nuestro carrito de compras, sus esfuerzos cada vez más exitosos por despegar del suelo sin morir en el intento cobrarán vida en la pantalla de nuestro televisor.

Compartiremos su angustiosa lucha para proteger su invento y registrar su propiedad intelectual, negociaremos la venta de la patente, disfrutaremos de las merecidas recompensas y honores.
Confucio

Cada una de las versiones del refrán que cito al principio confirma que el autor al que se le atribuye no tenía ninguna confusión respecto de cómo se aprende.

Desde el primer verso, resulta bastante claro que Confucio considera a la “enseñanza” una actividad muy poco eficaz para suscitar aprendizajes.

Los países cuyas economías se basan en la innovación tecnológica tienen tan claro como Confucio que esta capacidad no es algo que se desarrolla dejando que un profesor te la cuente en un aula. Estas sociedades ponen al alcance de sus nuevas generaciones un ecosistema enriquecido con nutrientes como los descritos más arriba, recursos que encarnan milimétricamente las sugerencias del antiguo pensador chino (o japonés?): libros ilustrados, modelos funcionales a escala, videos.

En los Museos de Ciencia, Tecnología e Industrias uno puede toparse con una amplia variedad de productos del ingenio humano. Una chica o un muchacho que se sintiesen lo suficientemente intrigados por comprender cómo funciona una máquina de vapor, un motor de combustión interna, o un brazo robótico, podrían, si sus padres pueden pagarlo, regresar a casa con los medios más amigables que existen para apropiarse de ese conocimiento.

Como resultado de su interacción con estos recursos, habrían hecho suya la manera de pensar que dio origen a esos artefactos.

Equipados con esa actitud, sus neuronas comenzarían a recombinar en formas inéditas los componentes de esos artefactos conocidos cada vez que experimenten una dificultad que puede ser resuelta mediante una innovación tecnológica.

Jorge Chávez

Jorge Chávez no construyó la máquina voladora con la que cruzó los Alpes en 1910: la inventó el francés Louis Blériot, que en 1909 atravesó el Canal de la Mancha con ella.


Jorge Chávez es el primer compatriota que se involucró con la naciente aviación.

A diferencia del Flyer de los hermanos Wright, el Blériot XI sí fue un verdadero bestseller, y de hecho estableció la arquitectura definitiva del aeroplano del siglo XX.

El Blériot XI

La exhibición de una réplica del primitivo Blériot XI de Jorge Chávez despierta en la mente de quienes la observan las mismas preguntas que suscita el sorprendente Flyer de 1903, y algunas más.

Poner a disposición de los más curiosos las herramientas que les permitan aclarar sus interrogantes, y comenzar a apropiarse de la tecnología implícita en cada componente del aparato, no es imposible, y ni siquiera es caro.

El Centenario del cruce de los Alpes el 2010 es una magnífica oportunidad para hacerlo.

Las escuelas peruanas pueden empapelarse con afiches que hacen explícita la anatomía del rústico aeroplano que hizo historia al cruzar el Canal de la Mancha en 1909 y los Alpes en 1910.

Si luego se añade el afiche del Monitor Huáscar que dibujara el arquitecto José Pinzás, las más humildes aulas, sin importar si sus paredes son ladrillos o esteras, se habrían convertido en sendas Capillas Sixtinas de la Tecnología.



Cuánto disfrutarán los chicos y chicas del Perú cuando tengan la oportunidad de caminar alrededor de una réplica del Blériot XI de Jorge Chávez y observar las pequeñas poleas que transmitían las elementales órdenes (derecha-izquierda, arriba-abajo) que el piloto enviaba con el movimiento de sus manos y sus pies a la cola y el timón de profundidad; seguramente muchos comentarán a sus compañeros cuánto se asemeja la estructura del avión a la de una torre de alta tensión, la de sus alas a las de los murciélagos.

Tal como en el Museo de la Nación los niños reciben cartulinas impresas que recortan para fabricarse tocados como los que usaban los antiguos peruanos, podrían llevarse, como recuerdo de su visita al avión de Jorge Chávez, un económico modelo de armar con el que su fantasía se echaría a volar.


Algunos construirían sus propios modelos con palitos e hilo.

Otros volarían el Blériot XI del Flight Simulator por la geografía del Perú.


No faltaría uno que, como Paolo Nicoli, rescriba una historia -tal vez en comic- en la que Jorge Chávez solucionó oportunamente el problema técnico que hizo terminar trágicamente el primer cruce de los Alpes y, luego de ese obligado paso previo, pudo superar el verdadero desafío, que es lo que para la integración del Perú suponía la cordillera de los Andes. Jorge Chávez, en esa historia alterna, seguramente habría venido a la patria de sus padres, a construir aviones para poner en marcha nada menos que sus propias Aerolíneas Sudamericanas.

Y ninguno de los chicos y chicas del Perú que se hubiese parado frente a la réplica del primitivo Blériot XI de Jorge Chávez dejaría de ver el capítulo dedicado por Tony Zapata o Gonzalo Torres al prócer de la aviación peruana.


El mismo proceso podría repetirse con esos aviones y locomotoras a los que a veces es posible treparse en muchos parques del Perú.


A falta de Museos de Ciencia y Tecnología, y sin querer queriendo, los peruanos nos habríamos hecho de una red nacional de Parques Temáticos de la Innovación Tecnológica.
Con tienda de regalos y todo.
Si el año siguiente los niños peruanos han podido armar un brazo robótico,

incluso aquellos que luego no hubiesen podido terminar el colegio estarán en condiciones de construir un Vehículo Aéreo No Tripulado,...y casi cualquier otra cosa que se propongan.

Con esos recursos humanos, el Perú dejará de ser un país subdesarrollado para comenzar a ser un país en vías de desarrollo.

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo con Confucio. Y lástima cómo se evidencia nuestro triste estado de cosas en la educación nacional, hoy en día. A mí me parece mentira como es que en los OCHENTA, mi colegio, que era una Gran Unidad Escolar de provincias (o sea, colegio nacional), tenía completisimos laboratorios de física y química, talleres de carpintería, dibujo tecnico, mecánica automotriz y máquinas eléctricas. Si bien me dediqué a otras actividades, es imposible olvidar cómo es que aprendimos a efectuar instalaciones en serie y en paralelo, los principios del motor eléctrico, fabricar un transformador, un timbre, reparar planchas o licuadoras. ¿Qué escolar, de colegio particular o estatal, puede obtener una educación así hoy en día?

    ResponderEliminar